Entrevista a María Luisa Aledo, participante del programa sin hogar y voluntaria de la entidad
¿Cómo acabaste en la calle?
Me pasó a mí, a mí me pasó. Tenía ya cuarenta años y muchos traumas graves sobre mi cabeza. Me empezó a fallar la cabeza… y empecé a gastar más de lo que podía. No sabía qué hacer. Acabé encontrándome sin dinero y con mucho dolor dentro de mí.
Un día, cerré la puerta de mi casa, la que no podía pagar, y salí a caminar… Con lo puesto, sin rumbo. No sabía dónde ir. Las amistades me habían fallado. La familia, también.
Caminé y caminé hasta que el agotamiento se apoderó de mí. Me daba vergüenza, me daba miedo, pero tuve que dormir en la calle.
¿Qué te falta cuando estás en la calle?
Cuando estás en la calle te falta todo.
No hay intimidad. No ves un lugar cómodo donde pasar un rato. No tienes comida. No tienes dinero, porque si te queda algo hay personas pendientes… eres una presa fácil para quitártelo.
Puedes conversar con alguien, pero te miran con desconfianza.
¿Qué tienes en la calle?
Miedo, sobretodo miedo.
Miedo a que tu salud se deteriore. Miedo a que alguien te ataque.
Cuando llueve acabas completamente mojada y, a veces, la ropa se me ha secado puesta encima.
Te duelen todos los huesos porque no descansas en un sitio cómodo.
Los “amigos” que se te acercan son un peligro, pues la mayoría lo hacen para conseguir algo de ti.
Tienes hambre y no tienes dinero para comprar comida. Tienes que pedirla y no siempre te la dan.
¿Por qué es tan importante para ti el sofá?
Afortunadamente hace cuatro años que disfruto de un piso para mi sola. Tengo mi sofá, ¡mi sofá!, que me sirve para disfrutar de la tranquilidad del espacio. Cuando llego a casa me pongo ropa cómoda y me siento en él valorando todo lo que la vida me ofrece.
Es sentada en mi sofá como puedo recordar mi vida pasada, caminando por las calles, sin rumbo, con la cabeza perdida… y disfrutar de mi presente, caminando por el camino que yo misma he escogido.
Soy voluntaria de Cáritas, y mi deseo es cada vez hacerlo mejor.
Yo no tendría vida, no sería quien soy, no estaría hoy sentada aquí si no fuera por mi querido centro Sara, de Sabadell, del cual también soy voluntaria.
Hace diez años que yo aparecí allí, sin nada material pero con una carga emocional muy pesada y dolorosa. El equipo del Sara ha sabido curar todas mis heridas. Han conseguido que yo sea feliz, que mi salud mejore y que mi manera de actuar genere bienestar para mí misma y para los demás.