Personas mayores / 10/10/2019

La soledad no deseada: un compromiso para todos

Publicado por: Francesc Torralba

Francesc Torralba, filósofo y teólogo, nos explica cómo se sienten las personas que sufren situaciones de soledad no querida

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FOTO: Mingo Venero

El sentimiento de soledad es la sensación de estar aislado de todo y de todos. Significa no tener relación con nadie, estar completamente aislado. Es una experiencia que, desgraciadamente, malviven muchas personas mayores de Cataluña.

La soledad no deseada, la que irrumpe como una intrusa en medio del alma es una sensación de vacío, de no tener nada, de estar extraordinariamente en la inseguridad; de no tener donde poner el ancla. No es desesperación, ni falta de esperanza; es vacuidad o frustración. Es una sensación de dolor real y inextinguible, un dolor que no se puede disimular aunque lo intentemos.

Se hace cualquier cosa para huir de esta soledad, cualquier operación parece legítima para taparla. Nuestra preocupación consciente o inconsciente parece ser evitarla o superarla. Para huir de la soledad se busca el mayor número de actividades posibles. La mayoría de la gente está constantemente ocupada en algo, porque temen estar a solas. Esta enorme estructura de entretenimientos, de distracción automatizada es una parte prominente de lo que se llama civilización.

Un vacío difícil de llenar

El miedo a estar solos es el miedo al vacío que acompaña siempre la soledad. Se intenta llenar con diversas clases de conocimientos, de relaciones o de cosas. Se procuran todos los medios para llenar este vacío, pero ninguno acaba funcionando. Algunos se aferran a un gurú, otros a los libros; hay quien lleva una desesperada actividad laboral, social, política o cultural, pero todo es en vano.

La mente huye del vacío. Prefiere estar ocupada con una cosa u otra, por insignificante que sea; la cuestión es ocupar los pensamientos. Como un mono inquieto, está siempre en acción, hablando, moviéndose de una cosa a la otra y de esta manera intenta, desesperadamente, aquietarse. Una mente ocupada nunca puede penetrar en su propia profundidad; da vueltas a la superficie, cada vez más veloz y, a la vez, más fatigada.

Se teme la soledad no buscada, porque causa sufrimiento, pero, a la vez, hay otra soledad, la creativa, que permite hacer múltiples operaciones y que es enormemente beneficiosa. Es la soledad buscada. Esta soledad contiene también belleza. Cuando después de un arduo esfuerzo, el ser humano se libera del miedo y de la lucha por el estatuto, cuando se libera de todas estas cadenas, experimenta una gran belleza, la de estar solo consigo mismo.

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Filósofo y teólogo. Director de la Cátedra Ethos de ética aplicada en la Universidad Ramon Llull.

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