Opinión / 06/10/2019

El trato ‘a’ y ‘con’ la gente mayor: algunas reflexiones desde la ética

Publicado por: Begoña Roman

Begoña Roman, doctorada en filosofía, considera que “la condición humana es frágil, finita: envejece, sufre, enferma, muere; sí, y eso mismo es la condición de posibilidad de la responsabilidad, de sostener al otro, demostrando así nuestra humanidad”

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Foto: Marc Bartomeus

En 50 años el mundo ha visto cambios que, en absoluto, son superficiales ni menores. Gracias a la tecnología, los avances en el mundo sanitario, en el acceso a servicios públicos, etc., España ha llegado a ser el país más longevo del mundo, después de Japón. Si mantenemos la unidad familiar protectora, la dieta abundante de frutas y verduras, y la vida cotidiana activa física y socialmente, seremos en 2040 el país más longevo. Sin embargo, es precisamente en el ámbito ético y social donde las cosas no han cambiado para tan bien. La esperanza de vida está en 84 años, pero la percepción de su calidad se acaba a los 67. Y es que muchas personas han llegado a ser muy mayores, con alto grado dependencia; otros, a pesar que continúan biológicamente, ven deteriorarse la memoria, y con ella, su vida biográfica.

Ser mayor, ¿quién lo quiere?

Hay hoy una especie de violencia estructural hacia la edad. Todo el mundo quiere llegar a ser mayor a pesar de que nadie quiere serlo. La nuestra es una sociedad de happycracia que pretende negar los 4 jinetes del apocalipsis (muerte, enfermedad, sufrimiento envejecimiento). Muchas personas mayores se sienten solas, sienten que molestan, sienten que deben ser autónomas siempre y, si no lo son, fingirlo. Por otro lado, si se encuentran bien, deben hacer cosas (envejecimiento activo), ayudar con los nietos, o ser como jóvenes. Por todo ello, muchas de ellas sufren depresión, exclusión social y edadismo, que es la homogeneización y estigmatización por razón de edad.

Se puede tener un envejecimiento de calidad de vida, y así se facilitará que se llegue en muy buenas condiciones. Pero aquellos que no, aquellos que dependen, no se les debe hacer sentir como una carga o como una condición vergonzosa o lamentable. El envejecimiento no es sólo pérdida progresivas de fuerzas, sino también acumulación de vivencias, conciencia de haber hecho el recorrido, una vida singular, única, porque no hay dos iguales.

La atención a la dependencia es una cuestión pública, no sólo del estado, ni de la familia, ni de la suerte de cuán unida ésta está o cuánto patrimonio tenga. Una persona mayor con alta dependencia no debería expropiar la vida a otra, que ha sido la forma en que se ha resuelto la cuestión, a saber, con la opresión de la mujer. Nuestra sociedad no tiene resuelta la importante cuestión del cuidado: como mucho, trata las personas mayores (bien o mal) pero no trata tanto con ellas. El modelo centrado en la persona no sólo es asistencial, es un modelo de vida que, más allá de tratar a las personas, trata con ellas de forma cotidiana, inclusiva y amable.

Las personas, en el centro

Tenemos que hacer un pensamiento profundo y replantear los modos habituales de tratar la vida a lo largo de sus ciclos. Habría que centrarse en la persona y su circunstancia, en sus cosas concretas y cotidianas, no sólo en atención sanitaria de calidad. Así, por ejemplo, el espacio público debe ser transitable para personas con movilidad reducida y a su ritmo. Deben tener percepción de seguridad en casa y en el barrio, y no tener que cambiar de casa y de paisajes que no encontramos la manera de adaptar al entorno a sus necesidades. Este cambio de mirada (respeto es mirada atenta) deja de centrarse en el capital, el consumo, en lo productivo y desde una noción de historia lineal de crecimiento, y se centra en la vida y necesidad de las personas, animales políticos que razonamos y hablamos, que nos educamos con cuentos que son historias. El tiempo de la vida es cíclico: unos vienen, otros se van. Cómo tratamos a la gente mayor habla del tipo de cultura que estamos generando y en que nos convertimos.

Lo que siempre queremos todas las personas universalmente, sobre todo cuando más lo necesitamos, es el tacto y contacto humanos: saber que se está y que quien nos acompaña es un sujeto que nos conoce y reconoce. Las máquinas podrán asistir en las tareas de los cuidados (magnífico que un robot pueda dar de comer y nos duche), pero no podrán suplir la presencia de otra persona que nos mira atentamente (respeto), y abarca, comprende.

La condición humana es frágil, finita: envejece, sufre, enferma, muere; sí, y eso mismo es la condición de posibilidad de la responsabilidad, de sostener al otro, demostrando así nuestra humanidad. El nivel de justicia y calidad moral de un país se pone a prueba en la calidad del trato a y con su gente mayor: no hay justicia completa sin amor caritativo, dar por gratitud. Gracias Cáritas Barcelona por estar estos 75 años.

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Doctora en filosofía y miembro de la comisión de seguimiento del código ético de la Federación catalana de ONG para el desarrollo.

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