La trabajadora social Esther Borrego, especialista en acompañamiento de procesos de persona, da las claves y los límites de la relación de ayuda en una nueva sesión de la Escuela de Formación del Voluntariado
La parábola del buen samaritano dio pie al inicio de la conferencia ‘Los límites en la relación de ayuda’ porque ejemplifica perfectamente la esencia de una relación de ayuda: el hacerse cargo -o ver la realidad tal cual es-, el cargar -o atender la urgencia- y el encargarse de la realidad -o dejar que nos interpele. “No deja de ser lo que hacéis cada día”, recordó la conferenciante, Esther Borrego, en la penúltima sesión formativa de la Escuela de Formación del Voluntariado: “Si todos hicieran de buen samaritano, el mundo sería mejor”.
Pero la imagen del buen samaritano no era casual, ya que la oración previa a la charla estuvo protagonizada por esta parábola. Con el inicio de la Cuaresma, los participantes de la Escuela de Formación rezaron y reflexionaron en torno a este tiempo litúrgico en el que se ha de intensificar la oración, el ayuno y la limosna. Y es que la parábola del buen samaritano es un buen ejemplo de cómo se debe actuar en Cuaresma: deteniéndose y reparando las heridas.
Acoger y acompañar
La relación de ayuda con el otro se basa en la acogida y el acompañamiento, que no es más que compadecernos, “tratar de sentir en el otro”. Según Borrego, es un encuentro en el que “dos personas dejan de ser como son por ser una nueva persona”. Los motivos por los que los voluntarios se quieren involucrar en esta relación de ayuda pueden ser variados: para sentirse mejor, para dignificar al ser humano o para humanizar la relación. Pero siempre hay que estar a punto: “Tenemos que preparar el corazón porque les cambiaremos la vida cuando los miremos a los ojos”.
En esta relación de ayuda son indispensables ciertos límites. Borrego repartió plastilina entre todos los asistentes y les enseñó cómo este material por muy maleable que sea también tiene sus límites y se puede acabar rompiendo. Lo mismo sucede al voluntario, tiene límites y debe aceptar, amar y caminar con ellos: “Tenemos que ser conscientes de que no podemos darlo todo ni satisfacer las necesidades de todos. Por ello, debemos tener muy claros los límites”, advertía Esther Borrego.
Necesidad de los límites
Los límites son necesarios ya que “cuando uno pone límites con coherencia, el otro los entiende”. En este sentido, la trabajadora social enunció algunos de los límites que se deben poner: el equilibrio entre proximidad y distancia, limitar el tiempo, reconocer hasta dónde puede el voluntario llegar, poner reglas para aprender a gestionar el conflicto, dejar que cada uno tenga sus propias emociones y vivir en el propio centro como hizo Jesús, siendo fiel a uno mismo pero a la vez transmitiendo la responsabilidad a quien corresponda.
El objetivo final de la relación de ayuda es que la persona salga mejor de cómo llegó y, por ello, Borrego considera que “no debemos olvidar que del acompañamiento debe surgir la sanación y, por tanto, no podemos confundirnos con el acompañado ni con su dolor”.