El avance del informe FOESSA 2025 de la diócesis de Barcelona apunta que 4 de cada 10 familias con niños y adolescentes sufren exclusión residencial
Sandra Tobón y su hija Mia viven en un piso compartido de Cáritas Diocesana de Barcelona. Esta madre de origen colombiano lleva un par de años residiendo en Barcelona, y llegó con el objetivo de mejorar su bienestar y el de su hija. “En mi país tenía una peluquería. La situación económica no era buena, y lo dejé todo para empezar de cero. No solo para progresar económicamente, sino también por el futuro de Mia”, explica Sandra, que detalla que su hija sufre una enfermedad genética extraña.
“Cuando llegué a Barcelona, personas de una comunidad cristiana nos acogieron en su casa, pero solo podíamos estar de forma temporal”. Aunque no pagaban alquiler, la familia les manifestó que en pocos meses vendrían unos familiares y necesitaban disponer de la habitación. “Me recomendaron que acudiera a Cáritas, que allí podrían orientarme. Fue difícil pedir ayuda, ya que siempre he salido adelante con mis propios medios”, admite.
Desde Cáritas se le apoyó con la alimentación, y en abril de este 2024 accedió al piso compartido en el que viven. “Antes de entrar en el piso vivimos en casa de las personas de la comunidad cristiana, después estuvimos un mes en una habitación, posteriormente nos mudamos a la siguiente donde estuvimos dos meses, y finalmente estuvimos casi un año en otra habitación”. En total, Sandra y su hija han pasado por cuatro habitaciones en menos de año y medio. Como ella, 4 de cada 10 familias con niños y adolescentes de la diócesis de Barcelona sufren exclusión residencial, y 1 de cada 4 tienen gastos excesivos de vivienda. “Es muy difícil que te alquilen una habitación, y se complica cuando tienes hijos a cargo, eres madre sola y tienes trabajos inestables. Además, las condiciones no siempre son buenas”, dice Sandra. Un ejemplo de esta situación precaria es que por una habitación pagaba 430 €, pero no tenía derecho a utilizar el congelador, su hija no podía jugar en los espacios comunes y se veían obligadas a dormir en una sola cama.
Desde que vive en el piso compartido de Cáritas, la situación ha mejorado exponencialmente. “Ahora disponemos de un espacio seguro donde vivir, donde hacer nuestra vida. El apoyo de Cáritas ha sido fundamental. Sabes que no estás sola, que tienes un norte. Si no fuera por Cáritas, estaría perdida”, afirma. Jessica Pastor, educadora familiar del piso, las visita una vez por semana, con el objetivo de acompañarlas en cuestiones del día a día. “En el caso de Sandra, su hija depende 100% de ella, y eso le limita mucho a la hora de encontrar algunas horas de trabajo como peluquera o esteticista. Intento ser una mano para ellas, apoyarles y aliviar la carga que llevan” detalla.
El piso donde viven es temporal, por lo que pueden estar de un año y medio a dos años, en función de cómo evolucione la situación. En relación con los gastos, realizan una aportación simbólica ajustada a sus ingresos, y se hacen cargo de los gastos de alimentación. Además de Sandra y Mia, en el piso vive otra madre con un hijo y una mujer sola. “Son muchas las mujeres que acompaño que cuando acceden a un recurso como este me dicen que es la primera vez que se sienten seguras. Esto demuestra que un hogar es algo más que un techo y cuatro paredes. Es un lugar donde descansar, donde vivir con tranquilidad, y desde Cáritas intentamos que las personas puedan rehacer su vida a partir de proyectos como este”, concluye Jessica.
“Será el primer año que Mia y yo podremos celebrar la Navidad en nuestra casa. Estamos muy contentas y agradecidas a Cáritas, y estoy segura de que el próximo año las cosas irán mejor”, dice Sandra.