La Globalización y el cambio climático están actuando como generadores de multitud de diásporas, expulsando a millones de personas de sus países de origen. Empujándolas a lugares que, a menudo, se encuentran en las antípodas de sus culturas y sus tradiciones espirituales
Este proceso que día a día se va acelerando, nos convierte en anfitriones de unos huéspedes que llegan a nosotros en absoluta desigualdad. Con necesidades a las cuales no sabemos o no podemos responder, aunque tengamos la firme convicción que es un mandato de los cristianos acoger, proteger, promover e integrar, como nos recuerda el Papa Francisco.
Las III Jornadas de la Iglesia de Barcelona por la interacción entre culturas ha brindado la ocasión para compartir buenas prácticas entorno a la acogida, el primero de estos deberes. Un espacio participativo para entender qué es una buena acogida, en que se diferencia de otras prácticas, que se puede esperar de la relación que surge entre el anfitrión y el huésped cuando se realiza con el corazón.
Esther Angulo Delgado, es una educadora social con 16 años de experiencia en temas migratorios que coordina el proyecto de acogida comunitaria en Cáritas Diocesana de Burgos. En su experiencia, “la acogida empieza para escuchar sin juzgar, poniendo a la persona en el centro, sus necesidades y sus derechos, a pesar de que el proceso migratorio genera desigualdad”.
Desde Migrastudium, hace años que trabajan en la acogida. La pedagoga Pilar Pavia, lleva seis años en el equipo de la Red de Hospitalidad de esta entidad, favoreciendo el acompañamiento de hogares acogedores y la relación con entidades y asociaciones que derivan personas migrantes. Para ella, “la clave de la integración empieza por la regularización de las personas migradas, para que puedan crear un hogar y puedan emprender camino con la obtención de un trabajo”.
Conseguir un hogar y tener un trabajo es esencial para que se pueda empezar una nueva vida en un nuevo lugar, a menudo extraño. Pero tan importante como esto es “poder tener espacios y ocasiones por el ocio”. Esta es una de las necesidades olvidadas en la que pone atención el Proyecto Nazaret que dirige Pilar Muruve Fernández-Piedra, diplomada en Trabajo Social y licenciada en Sociología, responsable del departamento de Migraciones de Cáritas Diocesana de Sevilla. Se trata de pisos semi tutelados de acogida temporal que cuentan con la implicación tanto de familias como de la comunidad religiosa de las Irlandesas y parroquias, que se gestiona con voluntariado.
El proyecto Llankay de Cáritas Diocesana de Barcelona ayuda a jóvenes migrados a hacerse un lugar en nuestra sociedad con la búsqueda de trabajo. Para Manel Calvo, orientador laboral y educador con casi veinte años de experiencia en el ámbito de las migraciones, “hace falta mucho más que un trabajo para conseguir la integración plena”. La persona debe tener un clavo donde agarrarse en momentos de duda, alguien con quién confiar a la hora de tomar decisiones para no sentirse a la deriva. Así es como surgió el proyecto de mentoría, apunta la educadora Esther Cervantes, “desde la horizontalidad y la reciprocidad”. Tanguy De Marguérie y Nosa Edosa, mentor y mentorado, coinciden en esta idea de “la ayuda mutua”. Cada cual puede aportar en una relación que no es de amistad ni familiar, pero que, en cambio, genera un vínculo muy fuerte y duradero.
Todos coinciden que la acogida no es neutra, y por eso es transformadora, tanto del individuo como de la colectividad. Nos han ayudado a aprender que para que el encuentro sea posible, requiere que el anfitrión salga al encuentro y el huésped entre en su casa con el mismo respeto con que se le ha recibido. Reconocer la dignidad mutua, es aquello que genera el vínculo capaz de desafiar los miedos para humanizar nuestros entornos.
