El sinhogarismo es sinónimo de pobreza, de falta de acceso a la vivienda, pero también de un racismo estructural. El número de personas mayores en riesgo de permanecer sin hogar, o que ya están sufriendo esta situación, va en aumento
Que todo el mundo envejece es una evidencia, pero hay muchas formas de envejecer. La edad cronológica nos dice cuándo una persona puede sacarse el carné de conducir o cuándo debe jubilarse, pero también hay que reconocer que la edad biológica viene condicionada por nuestra genética, el medio ambiente, el estilo de vida y una mayor o menor cuidado del cuerpo. Tampoco podemos obviar que el proceso de envejecimiento se vive de forma distinta según la posición social y el contexto cultural. Por esta razón, cuando se habla de envejecimiento y sinhogarismo no debería plantearse desde una mirada edadista, sino desde una mirada holística.
El sinhogarismo es sinónimo de pobreza, de falta de acceso a la vivienda, pero también de un racismo estructural. El número de personas mayores en riesgo de permanecer sin hogar, o que ya están sufriendo esta situación, va en aumento. Cuando hablamos de sinhogarismo y envejecimiento, lo hacemos desde una doble vertiente; en primer lugar, nos fijamos en las personas que se han quedado sin hogar por primera vez, cuando se están haciendo mayores. A pesar de vivir de forma relativamente estable, alguna situación previa y estresante, las aboca a la pérdida de la vivienda; la desaparición o merma de los ingresos, ya sea por muerte de la persona que los aportaba (progenitores o pareja) o por la pérdida de trabajo, una ruptura con el entorno cercano (desavenencias familiares, pero también hay que tener presentes los procesos migratorios), problemas de salud o discapacidades.
En segundo término, encontraremos a aquellas personas que se quedaron sin un lugar donde vivir en algún momento de su vida y, en el presente, siguen en la misma situación, con el añadido de tener una edad más avanzada. Es un perfil muy vulnerable porque, además de los aspectos señalados en el párrafo anterior, cabe añadir, desde edades tempranas, situaciones complejas (salud, sobre todo mental, entornos de consumos, períodos de prisión o desarrollando trabajos precarios), que acaban impactando, de forma significativa, sobre su vida posterior.
Entre las personas sin hogar, algunas envejecen con discapacidades físicas, orgánicas, sensoriales e intelectuales y que han tenido que lidiar con estigmas y barreras de accesibilidad, otras que envejecen con la cronificación de enfermedades que requieren intervenciones y tratamientos médicos consecutivos, mientras que algunos han tenido que luchar contra la pobreza, la exclusión y la violencia. Todos estos factores desgastan de forma notable a las personas conduciéndolas hacia un envejecimiento prematuro.
Cuando hablamos de envejecimiento prematuro, nos referimos a personas que no han llegado a los 40 o 50 años de edad, pero que muestran signos visibles de mayor fragilidad. Debido a la exposición prolongada al estrés, las personas que viven en la pobreza a menudo experimentan un envejecimiento prematuro, que puede afectar drásticamente a aquellos que no tienen una vivienda estable, haciendo que las personas envejezcan prematuramente entre 10 y 20 años más allá de su edad cronológica y sus perfiles de salud se asocien con los de las personas mayores. Además, el estrés del sinhogarismo afecta a la morbilidad y la mortalidad, antes que al resto de personas de la misma edad. Se trata, por tanto, de un tipo de envejecimiento socialmente poco visibilizado, pero muy problematizado porque requiere un acompañamiento muy continuado y específico, de acuerdo con sus vulnerabilidades, claramente, no determinadas por la edad.
Así como cada cultura manifiesta sus propios patrones de envejecimiento, cada ciclo y momento histórico configuran también modelos de envejecimiento. En una época, donde la estructura familiar es débil (o, a menudo, también, inexistente), el envejecimiento, como proceso evolutivo natural, necesita espacios propios, seguros y acompañados que alejen a los mayores de la soledad y el aislamiento, sobre todo para aquellos que el Derecho a la Vivienda les ha sido negado.
A pesar de no saber a ciencia cierta si la vivienda con apoyo podría disminuir eficazmente la atención institucionalizada en esta población, el éxito en otras poblaciones, con múltiples condiciones de salud crónicas, sugiere que sí. Así pues, a medida que aumente el perfil de persona mayor sin hogar, será imprescindible conocer sus necesidades, y tener claros con qué servicios y apoyos se cuenta para hacerles frente, ya que la combinación de problemas típicamente asociados al sinhogarismo, con los relacionados con el envejecimiento, plantea buscar soluciones creativas para resolver el impacto sobre la planificación de los servicios y la atención profesional.