La situación que recientemente hemos vivido en la Casa de Acogida ha sido difícil. Ya de por sí, cuando se habla de muerte son muchas las resistencias, tensiones y miedos que bailan en nuestras cabezas, pero esto se multiplica si la personita que muere es un niño de 2 años
Marta Creus, trabajadora social
La muerte de Kassir (nombre ficticio) ya la esperábamos. Desde hacía unas semanas había sido derivado a cuidados paliativos pero no dejó de vivir la vida hasta el último momento. Yo, que sólo lo vi una vez, podría transmitir por todas las voces que han hablado de él que era un niño lleno de alegría y de vida, y con muchas ganas de vivirla. Su madre, Nayla, ha sido y es el ejemplo de fortaleza y nos ha demostrado cómo se puede luchar para que su hijo viva una vida normalizada hasta el último instante. Aun así, no deja de ser curioso como pensando en la muerte de este niño una de las primeras palabras que me viene a la mente es la palabra VIDA, debido a todo lo que se ha movido a su alrededor.
¿Y por qué hago este escrito? Para dejar constancia de lo que por encima de todo ha guiado esta situación: la humanidad. Una humanidad que se ha desplegado con toda su fuerza y ha permitido que a pesar de la tristeza de la situación, podamos decir que ha sido un proceso bonito. El equipo humano de la Casa de Acogida ha estado ejerciendo -literalmente- un acompañamiento desde el amor. La facilidad con la que se han coordinado para que esta mujer no se encontrara sola ni un segundo, la flexibilidad y predisposición para hacer lo que fuera necesario en estas circunstancias, deja testimonio de la importancia de nuestro trabajo, de la de todos los equipos implicados, y del buen trabajo que se hace cuando la base es la creencia en lo que hacemos.
Por otra parte, las mujeres de la casa también han dejado claro lo que significa ejercer la humanidad: la unión para acompañar y apoyar a Nayla en estos momentos tan difíciles, recordándole que estaban allí para cuando lo necesitara; recordándole que no estaba sola, aunque su gente no estuviera; recordándole y demostrándole que estaban a su lado para cuando fuera necesario y dispuestas a darle la mano cuando la pidiera. Es esta la realidad vivida y es esta la realidad que nos refuerza a creer en la bondad del ser humano y por lo tanto, nos da esperanza.
Y los niños y niñas, como era de esperar, han demostrado que es en el mundo de los adultos donde viven los miedos más grandes relacionadas con la muerte. Nos han demostrado que la capacidad que tienen para aceptar y entender que la vida se acaba es envidiable; y la naturalidad y la facilidad para entender las cosas, su motor y lo que los guía en su comprensión de lo que es la vida.
Se me hace inevitable no poner palabras también a lo que hemos y he experimentado como profesional del programa, el privilegio de lo que significa este trabajo, y la gran suerte que para mí es poder hacerla: tener la oportunidad de dar la mano a las profesionales que están en primera línea, acompañar a las personas que acompañan. Cuidar de los equipos, de las personas que los forman -porque no lo olvidemos nunca, somos personas- ofreciendo espacios de cuidado también para ellas y estando cerca, para compartir y apoyar, para apoyar y facilitar su trabajo tan intensa -profesional y emocional- que en todo este proceso han, y siguen llevando adelante.
Y de todo esto hemos sido testigos: de la bondad de las relaciones humanas, de un acompañamiento en el que a pesar del dolor, se han sentido -con los sentidos- palabras preciosas, gestos y caricias de cuidado, se ha respirado el respeto a la libertad para expresar, decir y llorar. Quedando demostrado, una vez más, que cuando el objetivo es cuidar de las personas, las diferencias entre creencias, modos de ver y de vivir, se unen para caminar en un horizonte común: el amor al otro.
No deja de ser paradójico que una personita muera porque tiene el corazón demasiado grande. El corazón, el símbolo del amor. Y no sabemos si será eso, pero el legado de Kassir hecho de vida, alegría, ganas de vivir, de fuerza y amor, será el que vista de presencia el vacío que ha dejado para siempre, su triste y precoz ausencia.