Acogida y acompañamiento / 23/12/2019

Acción Comunitaria en la lucha contra la exclusión

Publicado por: Oscar Rebollo

A pesar de que cada día se habla más de acción comunitaria, y es cierto que poco a poco va ocupando un lugar cada vez más central en las estrategias y los proyectos de la política social (al menos en Barcelona) todavía permanece la duda sobre su utilidad. No negamos que está bien implicar a la ciudadanía en los proyectos, y nos gusta trabajar junto a vecinas y vecinos, pero no podemos decir que tengamos la partida ganada cuando se trata de confrontarla, falsamente, con la incidencia que parece incuestionable de la atención individual o de caso.

Mientras continúen existiendo las que creen en la comunitaria, estaremos lejos de un objetivo mucho más ambicioso que quizás algún día nos tendremos que plantear: la construcción de un sistema comunitario de políticas sociales que no dependa de voluntades y militancias de algunas profesionales, y que pose en el centro de diagnósticos y respuestas colectivas.

El sentido de la acción comunitaria, y por tanto su utilidad, tiene que ver con un hecho muy evidente, pienso: por un lado nos enfrentamos a toda una serie de retos sociales (inclusión, cohesión, soledad no querida y malestar emocional, desigualdad…) que no pueden tener una respuesta individual o de caso: aunque tuviéramos muchos más recursos; por otro lado, no tenemos muchos más recursos y tenemos cada día más demandas. El sentido de la acción comunitaria rae en construir respuestas colectivas a los retos sociales; partiendo de la base que no existen problemas estrictamente individuales, independientes del contexto económico, político y social en que vivimos.

En Michael Fox, un organizador comunitario norteamericano que nos visitó hace un par de años en Barcelona, nos mostró muy claramente a través de su práctica, que la comunidad se construye uno por uno; así que tampoco tendríamos que caer en la trampa de confrontar la atención de caso y la comunitaria para ver cuál es más útil. Más bien tendríamos que tratar que la visión o mirada comunitaria estuviera presente en la atención individualizada, y que esta atención individualizada no fuera en ningún caso individualizadora: cada cual con su problema y su recurso.

La exclusión social tiene como mínimo tres dimensiones claras: La económica, la de los derechos de ciudadanía, y la relacional. Así, hablar de exclusión social obliga a posar en relación las posiciones que ocupamos las personas a la sociedad en estas tres dimensiones. A menudo pensamos que la principal es la dimensión económica, pues se nos hace difícil imaginar que una buena posición económica no vaya asociada a una buena posición en cuanto a derechos y relaciones y/o vínculos sociales. Seguramente esto es cierto en muchos casos, pero no olvidamos tampoco que muchas personas y muchas familias que viven en la precariedad económica, consiguen salir gracias al hecho que disponen de ciertos derechos de ciudadanía consolidados y, lo que ahora más nos interesa destacar, gracias al hecho que disponen de una buena red de relaciones sociales.

¿Qué aportan las relaciones y los vínculos sociales al bienestar de las personas? Básicamente tres cosas: en primer lugar bienestar emocional, el que se deriva de tener gente con la cual hablar, compartir, sentirse alguien y no sentirse sol o suela. No hay que explicar el malestar que nos provoca la soledad no querida y el aislamiento. En segundo lugar, nuestras redes relacionales nos abren oportunidades de acceso a recursos: gracias a nuestros “contactos” podemos tener más oportunidades de conseguir un trabajo o información sobre un piso que está en alquiler, y tantas otras cosas fundamentales para nuestra vida, y a las que accedemos porque conocemos alguien que conoce alguien que….

Finalmente, a través de las relaciones y los vínculos sociales, cuando estas dan lugar a formas diversas de organización colectiva, cuando además de relacionarnos nos asociamos, podemos hacer un salto muy significativo en nuestras vidas, pues se nos abre la oportunidad de trabajar y luchar colectivamente para conseguir aquello que individualmente no somos capaces de lograr.

Justo es decir que ninguno de estas tres cosas (bienestar emocional, acceso a oportunidades, acción colectiva) es importante solo por los pobres o los excluidos. Las relaciones sociales y el que estas nos proporcionan, funciona igual para todas las personas. El problema aparece, precisamente, con aquellos colectivos de población que no disponen de red y vínculos sociales. La acción comunitaria en la lucha contra la exclusión es un tipo de acción social que busca precisamente estos tres objetivos. Hagamos acciones y proyectos comunitarios para procurar que la gente excluida o socialmente más débil, se fortalezca a través del aumento de sus relaciones y sus vínculos.

Podríamos hablar aquí de dos niveles o capas de acción comunitaria. Un nivel más básico o primario, que tendría la intención de procurar entornos de relación a las personas socialmente más débiles para que estos puedan acceder a un mínimo de bienestar emocional a la vez que aumentan potencialmente sus oportunidades de acceso a recursos. Pero no nos tenemos que olvidar de la acción comunitaria de segundo nivel, la que quiere facilitar la organización colectiva de la gente vulnerable.

Este segundo nivel, el de la acción comunitaria que busca que la gente se organice colectivamente, nos habla de una acción comunitaria politizadora, en el mejor sentido de esta palabra. Politizar la exclusión social y la pobreza consiste a no interpretarlas como un castigo divino o como la fatal consecuencia de nuestra mala suerte. Ni siquiera como la consecuencia, únicamente, de nuestras “malas decisiones” en la vida; sino, en buena parte, como el resultado de los procesos políticos, económicos y sociales que configuran el mapa de las desigualdades sociales.

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Director del Servicio de Acción Comunitaria, Gerencia de Cultura, Educación, Ciencia y Comunidad del Ayuntamiento de Barcelona.

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