Marta, voluntaria de Cáritas, afirma que “el único motor que nos queda es el amor, la tolerancia y adaptarnos”.
El Espacio Polivalente de Crianza de Roquetes se ha convertido en un lugar donde madres y bebés encuentran aire, compañía y un apoyo que va mucho más allá de las actividades programadas. Marta, enfermera pediátrica jubilada y voluntaria desde hace tres años, define este espacio como un entorno donde “ayudar, acompañar y, sobre todo, escuchar” es esencial, y donde se busca “darles herramientas para que puedan salir un poco de la situación que viven”.
Cuando se jubiló, Marta sintió la necesidad de seguir siendo útil. Siempre había estado vinculada al mundo de la infancia: madre de tres hijos, abuela y trabajadora durante décadas en pediatría. Explica que es “el mundo en el que me siento bien”. Conocía Cáritas desde hacía años, porque había participado en talleres de masaje infantil y de vinculación madre-bebé, y guardaba un recuerdo profundo: “Me gustó la filosofía y cómo trabajaban las trabajadoras sociales”. Este buen recuerdo la llevó directamente a buscar oportunidades de voluntariado, y así acabó formando parte de este espacio de crianza en el barrio de Roquetes.
Las familias que participan viven realidades muy duras. La mayoría son madres jóvenes que han llegado de Latinoamérica buscando una vida mejor, aunque a menudo se encuentran atrapadas en situaciones muy precarias. Muchas viven en habitaciones subarrendadas, con un bebé y, a veces, con un hijo adolescente. Marta lo deja muy claro: “Son madres con una vulnerabilidad socioeconómica importante”. Explica que compartir un solo espacio con un bebé en movimiento es complicado y genera una tensión constante. Aun así, destaca un aspecto que la ha conmovido desde el primer día: “No tienen nada material, pero tienen un vínculo con sus bebés… un amor inmenso”.
El espacio de crianza se reúne dos veces por semana, los martes y viernes por la mañana, y funciona como un grupo estable de unas ocho o nueve familias durante todo el curso. Esta continuidad permite que se construyan vínculos sólidos y confianza entre ellas. En cada sesión se combina el trabajo educativo con un espacio de escucha y de apoyo emocional. A veces se organizan talleres de alimentación saludable, sesiones de maternidad o de primeros auxilios. Otros días la atención se centra en las necesidades que traen las madres esa mañana. Marta explica que el objetivo no es dar soluciones inmediatas, sino “orientar un poco”, porque las situaciones que viven son complejas y no siempre tienen una salida clara.
También hay momentos dedicados al cuidado y al bienestar emocional, como talleres de masaje infantil o pequeñas dinámicas de relajación. Marta los describe como una manera de transmitir “amor y confianza” entre madres, especialmente cuando una se pone en manos de otra. Estas actividades crean un clima de cercanía que permite que afloren emociones y vivencias a menudo silenciadas.
Este espacio no solo ofrece apoyo profesional, sino que crea comunidad. Las madres se ayudan entre ellas de una manera que a menudo las salva literalmente. Marta explica el caso de una mujer que se quedó en la calle tras un desalojo. Otra madre del grupo la acogió en su casa, y sus hijos han crecido juntos hasta el día de hoy. También recuerda cómo, cuando una madre se rompió el tobillo, las demás fueron a su casa a ayudarla en el día a día. Esta red espontánea y natural es uno de los elementos más transformadores del proyecto.
Cuando habla de su experiencia como voluntaria, Marta lo expresa con emoción: “Es más lo que recibo que lo que doy”. Explica que ha recibido “amor” por parte de las madres y que este camino compartido es profundamente enriquecedor. Al final, el Espacio Polivalente de Crianza es eso: “un lugar donde el cuidado, el apoyo y la esperanza se construyen juntos, en un entorno que no juzga y que acompaña”, concluye Marta.
