Casi 3.000 personas duermen en la calle cada noche. Juan y Marisa lo vivieron en primera persona y, ahora que ya han podido salir adelante, han hecho reflexionar a los voluntarios de Cáritas sobre la pérdida de la dignidad en una nueva sesión del Ciclo de Reflexiones en torno al Voluntariado
A menudo, tendemos a culpar o recriminar a las personas que pernoctan en la calle: “Si están ahí por algo será”. Pero las causas son muy diversas: desde problemas laborales hasta pérdida de la relación con la familia, pasando por sucesos vitales estresantes que van deteriorando a la persona. Un ejemplo es Marisa que, después de casarse, se dio cuenta de que no sentía amor y que no tenía apoyo familiar. Esto la llevó a una gran depresión y terminó tomando drogas. Su vida se deterioró tanto que pasó a vivir en la calle: “Si no fuera por Cáritas y por todo el esfuerzo que he hecho, ahora mismo no estaría viva”. También Juan ha pasado por la misma situación: años durmiendo en la calle con todo lo que ello conlleva. Ambos, en todo el tiempo que estuvieron sin hogar, perdieron su dignidad.
Y entonces, ¿qué?
Según el recuento de personas sin hogar, casi 3.000 personas duermen a la intemperie cada noche. Sin embargo, los transeúntes nos hemos insensibilizado demasiado y no pensamos que estas personas son sólo la punta del iceberg de un fenómeno amplio y desconocido. Dentro de todas las personas sin hogar, sin embargo, hay ejemplos de salida, como Marisa o Juan. Si bien es cierto que cuanto más tiempo se pasa en la calle más difícil es salir adelante, hay muchas personas que activa y voluntariamente quieren iniciar un proceso de cambio vital.
La principal ayuda que les podemos ofrecer es la confianza y algunos gestos para devolverles la dignidad como una mirada, una caricia o una conversación. Pero siempre se debe ver al otro como a uno mismo y no suplir sus capacidades de decisión (no se debe decidir por ellos). En el caso de Juan, una vecina le advirtió que como siguiera por ese camino se llevaría a su madre con él. Cuando llegó a casa de la madre, donde a veces iba a ducharse y cambiarse de ropa, la vio con la mirada perdida y pensó que tenía que cambiar. Marisa, en cambio, se encontró con la mirada de una trabajadora de Cáritas: “No sólo me ayudó sino que me dignificó y me ha hecho feliz”.
Un voluntario más
Tanto Marisa como el Juan se han incorporado como voluntarios en los diferentes proyectos y servicios que ofrece Cáritas. Gracias a su ayuda, cada caso puede ser analizado desde diferentes miradas: la del profesional, la del voluntario y la de la persona que ya lo ha vivido (y con la que es más fácil sentirse identificado). Así, poco a poco, Marisa y Juan van recuperando la dignidad que perdieron después de vivir en la calle y “que cuesta mucho encontrar de nuevo”. Y lo hacen dando a los demás lo que ellos recibieron en un momento determinado.
Con estos testimonios, los voluntarios que participan en el Ciclo de Reflexiones en torno al Voluntariado quedaron sensibilizados sobre el sinhogarismo y pudieron conocer a fondo la campaña “Hazme visible. Por dignidad, nadie sin hogar” que se presentará a finales de noviembre.