El activismo ecologista liderado por las generaciones más jóvenes está diciendo en voz alta que no podemos seguir hablando sólo; la crisis social y climática mundial ya es una emergencia y necesitamos tratarla como tal. Verla como “emergencia” y hacerla visible nos permitirá actuar.
No podemos seguir poniendo palabras para hacer ver que hacemos algo para que todo siga igual, o sea, cada vez peor. Las personas en situación de extrema pobreza han aumentado exponencialmente en el último año. No podemos permitir que éste volver a la normalidad después de la pandemia vuelva a ser un bla bla bla.
Nos encontramos frente a una grave crisis económica, sanitaria y social que está derivando en una sociedad cada vez más desigual.
El año pasado vimos cómo muchas de las medidas dirigidas a la protección y el cuidado de la población en general en relación con la pandemia; cuidado de la higiene, quedarse en casa o la distancia física, no supusieron una respuesta real para las personas que se encuentran en situación de exclusión residencial. Esta situación de mayor vulnerabilidad no tuvo una respuesta adecuada, generó situaciones de mayor exclusión, precisamente en el momento en que era necesaria una mayor protección. En un momento de emergencia, las situaciones de aislamiento se agravaron aún más; los sistemas de protección se debilitaron, dejando a las personas que más lo necesitaban muy desprotegidas.
Los sistemas de cuidado y protección actuales no están siendo ni suficientes ni adecuados para afrontar la crisis social que sufren con mayor intensidad las personas más vulnerables. Reclamar medidas de atención y cuidado adecuadas apela al derecho humano a la protección social, no es una cuestión de valores humanos, sólo es una cuestión de derechos.
Y ahora, ¿qué? … Ahora que disminuyen las medidas de emergencia sanitaria nos preguntamos cómo continuaremos el acompañamiento social. ¿Por dónde volver a empezar y qué necesitamos priorizar en el acompañamiento a personas en situación de exclusión residencial?
Ahora, con la relajación de medidas, se hace aún más visible la desigualdad social y la exclusión residencial: La preocupante situación crítica de los mecanismos de protección social que siguen siendo insuficientes y sólo temporales para muchas personas. El trabajo precario e insuficiente que sigue sin dar posibilidades a todo el mundo. La especulación en vivienda que sigue llevando a personas y familias a vivir en situación de sin hogar. Sin vivienda, sin trabajo, sin protección social.
La situación de extrema pobreza, ahora, se incrementa y sigue en nuestras calles. Que la pandemia sanitaria esté en cierto modo controlada y puedan recuperarse espacios de vida que teníamos parados no puede llevarnos a hacer invisible el incremento de desigualdad social. Si la hacemos invisible creamos las condiciones para que todo siga igual.
La desigualdad no es el fracaso de una persona, es el fracaso de una comunidad que ahora no puede dar la vuelta. La sociedad, de la que todas y todos formamos parte, debe mirar y denunciar colectivamente, ser capaz de crear condiciones y generar inclusión.
Si hemos necesitado una pandemia para aprender de la interdependencia mundial para darnos cuenta de la importancia de los cuidados en la vida, y, para aprender que todos tenemos derecho a un hogar para tener refugio ante las dificultades; no hacemos invisible ahora de nuevo la exclusión residencial.
Ya estamos frente a una emergencia social. No tener una vivienda digna es un derecho vulnerado. No lo hagamos invisible.