Si hablamos de soledad, soy una de las muchas personas que se encuentran en esta situación
Me llamo Ricardo. Tengo 86 años y vivo solo en un piso de 25 m².
Si hablamos de soledad, soy una de las muchas personas que se encuentran en esta situación, ya que no me queda familia. De lunes a viernes, recibo el servicio a domicilio de unas trabajadoras familiares que me ayudan en las cuestiones de higiene personal o a preparar la comida, entre otras tareas. ¡Disfruto mucho cuando me preparan torrijas! También tengo a una persona que me ayuda en la limpieza del hogar, ya que las limitaciones físicas no me permiten realizar las tareas del día a día.
Una vez por semana, me visita una voluntaria de Cáritas, que siempre espero con ilusión. Si hace buen tiempo, salimos a pasear. Además, durante el curso escolar me vienen a ver dos chicos de 17 años, que son alumnos de una escuela que colabora con Cáritas. Tengo la oportunidad de charlar con ellos, y me acompañan a ver cómo anda el barrio.
Es cierto que cuento con algunas amistades, pero son pocas. Tengo buena relación con unas vecinas, que a veces me hacen compañía. Antes tenían un perrito, y cuando salían de viaje me lo dejaban para que se lo cuidara. Con el perro nos hacíamos compañía. También tengo una amiga de origen italiano. Antes vivía en mi escalera, con su pareja, pero volvieron a Italia porque les resultaba demasiado caro el coste de la vivienda en Barcelona. Hace poco han vuelto a Catalunya, y viven en Amposta. Han tenido un hijo. Vino a visitarme hace algunas semanas, y aprovechó para presentarme al niño, que ya tiene nueve meses. Pude cogerlo en brazos, y dado que yo nunca ha tenido hijos, me hizo mucha ilusión.