15 de enero, Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados. Hace 103 años que celebramos este día, pero ¿estamos mejor?
Desgraciadamente no, la crisis económica y la de los refugiados han puesto de manifiesto que no avanzamos, que los migrantes cada vez están peor.
Europa no ha hecho los deberes, nuestra legislación de extranjería es durísima, la crisis económica que vivimos no pone las cosas fáciles… pero, ¿qué hacemos nosotros? O ¿qué podemos hacer?
Ser hospitalarios o, como mínimo, ser amables, respetuosos, tratarlos de la misma manera que cualquier ser humano quiere ser tratado, ni más ni menos. Desde Cáritas, a menudo vemos la discriminación que sufren muchas personas por ser inmigrantes: a veces viene de la Administración, de otras entidades privadas y muchas otras de particulares, y esta discriminación a veces es evidente y agresiva y a veces mucho más sutil.
La sociedad de acogida, todos nosotros, tenemos un papel fundamental. Un día leía que los hijos y nietos de la inmigración se sienten integrados en un país en función de cómo se acogió a sus abuelos, y parece muy acertado. Si tratamos mal a la primera generación de inmigrantes, es muy probable que estas personas tengan un rechazo hacia nuestro país y lo trasladen a sus hijos y nietos, mientras que si los reconocemos como iguales y los tratamos con respeto, les será mucho más fácil sentirse parte de nuestra sociedad y sus hijos y nietos, aún más.
Este es un factor importantísimo para la cohesión social de hoy y del futuro. Vivimos momentos muy duros debido a la crisis económica, y los inmigrantes y refugiadas aún lo tienen más difícil, con lo cual es muy probable que el día de mañana digan “lo pasamos muy mal, no teníamos trabajo”, pero lo que sería imperdonable es que dijeran que los tratamos mal.
Como sociedad, debemos luchar para que todos tengamos los mismos derechos y deberes y se nos trate con la misma dignidad. Pero el cómo se sientan en casa depende exclusivamente de cada uno de nosotros.