La COVID-19 ha tenido un gran impacto en la salud de las personas que viven en la diócesis de Barcelona. Cáritas ha podido comprobar, gracias a una encuesta realizada en los hogares que acompaña, que un 10% de estas familias han tenido algún familiar contagiado por el virus.
El impacto en la salud de las personas que atienden ha ido más allá del contacto directo con el virus. La declaración del estado de alarma a mediados de marzo, y el posterior confinamiento en sus viviendas, ha provocado impactos que son menos visibles, pero que tienen recorridos mucho más largos.
El cierre de la economía provocó la pérdida de los medios de vida de muchas personas -situaciones de paro, imposibilidad de ocuparse en la economía informal- al tiempo que las confinó en viviendas que no reunían condiciones dignas, ya fuera porque vivían en situación de sobreocupación, porque el estado de la vivienda no era el adecuado, porque vivían realquilado una habitación o porque, como no tenían ingresos, no pudieron hacer frente al pago de las cuotas o los suministros.
Estas condiciones de vida se han sentido en los hogares que acompañamos. En general, 3 de cada 10 han notado que su estado físico general ha empeorado durante el estado de alarma. Además, las dificultades económicas han hecho que más del 23% de los hogares hayan dejado de comprar medicamentos que necesitaban. La salud física se ha visto muy deteriorada, pero aún se ha visto más afectada la salud mental. El 68% de los hogares acompañados por Cáritas han sufrido ansiedad o dificultades para dormir.
La necesidad de tener red
La realidad de muchas personas en la diócesis, tal como mostró el Informe FOESSA 2019, fue la soledad. En este contexto, el confinamiento no ha ayudado a que esta sensación de soledad decreciera. Antes de la pandemia, vivíamos un agotamiento de la solidaridad entre las personas y las familias. Las nuevas condiciones de vida y la bajada de los ingresos durante el Estado de alarma provocaron que el 30% de los hogares que acompañamos ya no fueran capaces de prestar ayuda a otros familiares y amistades.
Con todo, podemos afirmar que la pandemia ha sido la constatación de la soledad y el aislamiento social de muchas personas. También ha supuesto un impacto muy importante en términos de salud. No solo en cuanto a problemas relacionados con la COVID-19, sino con la salud mental, derivada de las condiciones de confinamiento obligado por el Estado de alarma. La sociedad no ha salido del Estado de alarma igual que entró. Por ello es necesario incrementar los esfuerzos en tejer la sociedad y los vínculos comunitarios, al tiempo que ponemos la salud mental como una política transversal en todas las acciones públicas.
Es por ello por lo que Cáritas pide a los municipios que consoliden las acciones de sus servicios sociales, potenciando los proyectos de apoyo comunitario, reforzando los vínculos comunitarios y haciendo de la acción comunitaria el punto básico de desarrollo de las políticas públicas. Para poder hacerlo, entendemos que los servicios sociales se deberán apoyar en las organizaciones del tercer sector y fomentar el asociacionismo local o de barrio, para que se desarrollen proyectos de carácter inclusivo y que lo que afecta a la comunidad se resuelva desde la comunidad.
En cuanto a la salud mental, Cáritas pide que sea un tema transversal de las políticas públicas durante los próximos años, especialmente las que hacen referencia a los niños y jóvenes. Hay una reconstrucción emocional de la sociedad, y para ello se necesitan proyectos de apoyo a la salud mental, con un especial énfasis en la población que sufre condiciones de exclusión social.