Las personas de Cáritas que intervenimos en la acción social (ya seamos contratadas o voluntarias) pensamos que la participación depende de nosotros, como si fuera algo que “concedemos”. Sin embargo, la vida se empeña en repetirnos que la participación es inevitable, y que esta sucede en terrazas, patios, parroquias o en las redes sociales. En fin, en cualquier ámbito donde haya comunicación.
Proyecto “Mirem endavant” en Bon Pastor, Barcelona
Canalizar esta participación de forma positiva, aprovecharla como oportunidad es, sin duda, uno de los retos que tenemos las personas que acompañamos estos procesos. A partir de las experiencias con los grupos de personas que acogemos y acompañamos, caemos en la cuenta de criterios, orientaciones y aprendizajes que iluminan la práctica. Estos son algunos puntos que quiero resaltar:
No estamos ante una moda: Cuando explicamos cómo es nuestro modelo de acción social, cuál es nuestro rol en relación con las personas en situación de vulnerabilidad o exclusión, decimos que las personas son protagonistas de su vida, de sus procesos. Nuestro rol es acompañarlas, partiendo de su situación y de sus capacidades (que no carencias). Trabajar con personas a las que asignamos un rol más parecido al de “beneficiarias”, “usuarias” o receptoras de unos recursos de los que nosotros disponemos, puede ser la resultante de inercias históricas diversas, pero no es el tipo de acción en la que creemos y a la que somos llamados.
Hablamos de participación si perdemos el miedo a perder el control: No hay participación si no cedo poder, si no favorezco el empoderamiento, si no me genera inseguridad. Asumir el riesgo de que te “muevan los papeles”.
Trabajar el reconocimiento mutuo: Trabajar “desde las capacidades” no basta. Es preciso hacer sentir al otro que lo reconozco y me aporta.
Paciencia y respeto a los ritmos personales: Tenemos diversidad de “mochilas vitales” y diversidad de “tiempos”.
Doy confianza: Y no se puede dar lo que no se tiene. ¿Nos damos confianza y seguridad en nuestros equipos?
Pero también requiere apuestas y decisiones institucionales: Crear espacios y oportunidades para la escucha. Nuevos, diferentes a los que ya tenemos, para crear puentes, vínculos.
Flexibilizar nuestras estructuras, superar el miedo, la resistencia e inercia ante las cosas nuevas y cambios: Implica explorar y practicar nuevas experiencias, asumiendo con responsabilidad el riesgo que conllevan, pero también la apuesta de poder descubrir, aprender, crecer.
Hacer crecer las capacidades: La formación para fortalecer las capacidades de los agentes; aportando la seguridad y confianza necesaria para emprender procesos participativos.
Con todo ello, ¿Estamos dispuestos a escuchar a quienes acompañamos?