“Donde vivo no se ve la luna, pero en mí casa de verdad se ve la luna entera, las estrellas y todos los planetas. Los miramos con mí abuela y hacen fffiiiuuuuu”, dice en Juan de 8 años.
“Los fríjoles de aquí no saben como los de mí pueblo, nada tiene el mismo sabor”, nos comparte Indira, de 42 años.
Con la migración descubrimos que nuestros recuerdos más íntimos se esconden en la sutilidad de las sensaciones, en la impronta que dejan las experiencias compartidas en familia, en pareja, con amigos, en soledad. En un entorno (ciudad, pueblo, barrio…) donde hay la huella de las diferentes etapas vitales que hemos vivido.
El hecho migratorio está presente desde la existencia de la humanidad, a pesar de que los motivos para marcharse de casa han ido cambiante a lo largo de los siglos. Las causas para trasladarnos a otro lugar son diversas, y responden a fenómenos económicos, políticos, sanitarios, bélicos o más recientemente motivados por los desastres naturales que derivan del cambio climático.
En cuanto a las personas migradas que acompañamos desde Cáritas, observamos que hay tensiones y dificultades inherentes en el hecho migratorio, que pueden acabar configurando una situación de riesgo por la salud mental, y que tienen un impacto directo en el luto migratorio. Las personas que llegan a casa nuestra pueden ser especialmente vulnerables, sea porque tienen graves problemas de salud, una edad avanzada o dificultades de movilidad. Por otro lado, muchas de ellas viven en condiciones habitacionales y laborales precarias, que pueden repercutir en la salud mental. Vivir en una habitación de realquiler de menos de 10 m², no llegar a final de más o no hacer tres comidas al día puede comportar una angustia generalizada, que acaba derivando en un problema de salud mental.
Por otro lado, las familias recién llegadas continúan sufriendo por los familiares que residen en su país de origen, y que se encuentran en una situación igual o peor. Estas dificultades pueden ser problemas de salud graves, persecución política, sufrir delincuencia organizada, o estar amenazado de muerte, entre otros.
En este sentido, el luto migratorio es un proceso intra y inter-psíquico que modifica las emociones, sentimientos y constructos mentales que acontecen de la pérdida de proximidad con el entorno de referencia (geográfico, cultural, humano, familiar…). Este proceso queda congelado cuando el número e intensidad de los estreses supera los recursos adaptativos de las personas y la posibilidad de recibir ayuda, entonces decimos que el luto se cronifica.
Tal como señala el psiquiatra Joseba Achotegui, “el luto migratorio es transgeneracional: la afectación no se agota en la persona inmigrante, sino que continúa en sus hijos/as, y puede continuar presente en las siguientes generaciones si no llegan a ser ciudadanos/as de pleno derecho”.
Por todo esto, es imprescindible desplegar más y mejores medidas de alcance social, psicológico y educativo, para acompañar estas personas y acontecer una sociedad realmente acogedora. Tenemos que ser conscientes que nadie migra, nadie deja casa suya y a los suyos, si no es para garantizar la Vida.
Colabora en la campaña ‘Una vida tres veces peor‘.