El punto de distribución de alimentos de la Parroquia de Santa Tecla es una de las 87 Cáritas Parroquiales que han notado con mayor intensidad los efectos económicos y sociales de la COVID-19. El número de personas que van a recoger alimentos se ha incrementado un 45% desde el inicio de la pandemia.
Aurora es la coordinadora del punto de reparto de alimentos de la parroquia de Santa Tecla. Hace diez años que es voluntaria, y cinco que es coordinadora. “Empecé dando apoyo administrativo. El voluntariado me ha gustado siempre, y además puedo realizarlo cerca de casa”, explica. A pesar de ser la coordinadora, recalca que el funcionamiento de este punto es tarea de todos, y destaca la labor de las quince personas voluntarias que durante el primer miércoles y jueves de cada mes se encargan de repartir los alimentos a las personas del barrio que más lo necesitan. “Antes de la COVID-19 atendíamos a unas 70 o 80 familias, ahora son 116”, indica Aurora. Los voluntarios de la parroquia afirman que las familias que reciben la ayuda de esta parroquia han cambiado mucho, y que ahora todo son personas afectadas por ERTES o que han perdido el trabajo de un día para otro.
Un voluntariado comprometido
Cuando una persona llega a la parroquia, Mercè es la encargada de confirmar que esa persona está en la lista, y comunicar la cantidad de alimentos que debe recibir. “Tenía claro que cuando me jubilara quería ser voluntaria, y ahora ya hace cuatro años que lo soy”, explica. Además de recibir a las personas en la entrada, es la encargada de llamar a los usuarios para darles cita previa. “Si la persona sabe previamente la hora a la que tiene que asistir, no se generan colas en el exterior. Es un sistema que dignifica, y evita las aglomeraciones”, indica. Esta voluntaria considera que el voluntariado la ha cambiado, y admite que le llena mucho más que el trabajo que hacía antes. “No volvería atrás, tomé una buena decisión en hacerme voluntaria, y espero continuar muchos años más”, concluye.
Durante la visita también encontramos a Conchi, que hace 22 años que es voluntaria, o a Pablo, que lo es desde hace 9. Ambos afirman que antes de ser voluntarios fueron usuarios de Cáritas, y que recibieron el apoyo de la entidad cuando más lo necesitaban. “Vine a Cáritas pidiendo ayuda, estando a la cola para recibir alimentos. Ahora estoy en el otro lado, y demuestra que las situaciones de cada uno pueden cambiar”, afirma Conchi. Pablo está de acuerdo y cree que ayudar al más débil siempre es gratificante. “Ves que tu trabajo tiene unos resultados, y das esperanza a las personas que la han perdido. Aunque el futuro es complicado, mejorará. Estoy seguro“, concluye Pablo.