Como iglesia que somos, la vida comunitaria forma parte de nuestra esencia. Comunidad de creyentes, comunidad de personas, comunidad que constituye nuestra sociedad.
Desde Cáritas, trabajamos desde una mirada comunitaria para romper con el individualismo a todos niveles; social, cultural y profesional. Queremos entender la comunidad como el espacio relacional en el cual nos reconocemos y en el que somos reconocidos como agentes de cambio y de transformación, tal como nos orienta nuestro ideario.
Todos hemos sufrido a lo largo de nuestra vida momentos en el que nos ha sido necesario el apoyo de un amigo, de una persona de confianza, una voz que orienta y redimensiona nuestra experiencia. Este apoyo lo encontramos en la familia, amigos, vecinos, compañeros…Un tejido humano que nos sustenta. Pero en nuestro día a día, vemos personas que no tienen este tejido humano que, además de las carencias materiales, sufren la carencia de red en quién apoyarse. Esta es una necesidad básica que no se ve.
Ante esta necesidad es urgente generar espacios de encuentro y de reconocimiento de las personas. Espacios donde tejer una red que sostenga a las personas y donde se construya comunidad. Es por eso que desde Cáritas se está apostando por estos espacios de relación grupal. Estos grupos, son un punto de encuentro entre personas que sencillamente quieren relacionarse y construir un proyecto común. Son espacios de reconocimiento de capacidades personales, el empoderamiento y la autonomía de las personas que participan y viven.
Desde Cáritas, nuestra manera de ser y de estar en la comunidad tiene que comportar una implicación fuerte, una disponibilidad y un alto sentido de pertenencia. La vivencia comunitaria que proponemos se dirige a acompañar a las personas con el sentimiento de integración, con formar parte de la comunidad. Por lo tanto, estos espacios no están cerrados en ellos mismos, sino que se orientan desde la mirada de intercambio con la comunidad. A la vez, pueden acontecer para muchas personas una primera experiencia comunitaria a la cual hay que dar continuidad hacia el exterior.
La experiencia nos muestra que lo que aporta a las personas tiene un valor incalculable. A pesar de que quizás no cambia su situación de precariedad de las personas, sí que protege emocionalmente y refuerza las capacidades personales. Vemos también grupos que fortalecen comunidades, que construyen tejido social, transforman vidas y relaciones.