Hajar Menssouri es graduada en Trabajo Social y Máster en Investigación e Intervención Psicosocial. Actualmente, es la responsable del Área Social en la Fundación Bayt al-Thaqafa. La acogida que promueve esta entidad es un ejemplo inspirador de humanidad y compromiso
Hajar Menssouri destaca que la acogida no es solo un acto de solidaridad, sino una herramienta para construir vínculos que nos unen como sociedad. Esto requiere una mirada que va más allá de las diferencias y que pone en valor aquello que tenemos en común. Para que sea posible, es necesario superar las barreras legales y sociales, y trabajar con narraciones positivas que desmonten prejuicios. En esta entrevista hablamos de cómo la acogida no es solo responsabilidad de las instituciones o entidades, sino también de la ciudadanía, que puede transformar los espacios de convivencia en lugares de inclusión y respeto. Reconocer la riqueza que aporta la migración es clave para avanzar hacia un futuro compartido en el que todo el mundo pueda prosperar.
¿Cómo trabajáis la acogida en la Fundación Bayt al-Thaqafa?
Entendemos la acogida como una experiencia que va más allá de cubrir las necesidades básicas. Desde el principio, el objetivo ha sido crear un espacio de hospitalidad en el que se comparte la vida, no solo las demandas. Buscamos una comprensión integral de la persona, ofreciendo un entorno acogedor, cálido y de confianza. Este espacio sirve como punto de referencia para quien llega, no solo para garantizar necesidades materiales, sino para establecer vínculos y construir una red que facilite su plena integración.
¿Qué retos supone la llegada de jóvenes del norte de África?
Los movimientos migratorios son inherentes a la historia humana y responden a desigualdades, guerras y crisis que obligan a muchas personas a desplazarse. En Bayt al-Thaqafa comprendemos que la acogida no debe depender de fronteras o leyes, sino que debería ser parte de nuestra humanidad. El gran reto no es acoger, sino superar las barreras legales y sociales que dificultan esta labor. Las leyes actuales a menudo limitan el acceso a derechos básicos, lo que complica nuestro trabajo y pone trabas a la autonomía de las personas que llegan. Esto nos obliga a buscar soluciones creativas y hacer incidencia política para garantizar un trato digno.
¿Cómo mejorar esta situación?
Es necesario ir más allá de cubrir necesidades inmediatas y entender los procesos migratorios en profundidad. Esto implica reconocer los derechos de ciudadanía de todas las personas, independientemente de su situación administrativa. A nivel institucional y social, es imprescindible sensibilizar, hacer incidencia política y crear narrativas positivas que contrarresten los discursos negativos. Estas narrativas deben valorar las aportaciones de la migración y destacar los elementos que nos unen como sociedad. Debemos visibilizar que necesidades básicas como el trabajo, la vivienda o la dignidad, son comunes a todas las personas, y que trabajar juntos en estos ámbitos nos enriquece.
¿Qué entiendes por narrativas positivas?
A menudo, el discurso público sobre la migración se centra en las vulnerabilidades, generando distancia y desconfianza. Es esencial crear narrativas que resalten los puntos en común entre todas las personas. Por ejemplo, una persona catalana puede tener más cosas en común con una persona migrante, que comparte condiciones sociales similares, que con alguien de su misma nacionalidad, pero que es de otra clase social. Estas narrativas deberían ayudarnos a comprender cuáles son las aspiraciones comunes: vida digna, trabajo, educación y espacios seguros. Esto fomenta la comprensión mutua y ayuda a construir una sociedad cohesionada. No podemos olvidar que las vulnerabilidades son circunstanciales: hoy alguien puede estar en una situación difícil, pero mañana puede superarla, y esto debe reflejarse en el discurso.
¿Qué buena práctica destacarías de Bayt al-Thaqafa?
Un ejemplo significativo es la acogida a personas en programas de protección internacional. Nos aseguramos de que las personas se sientan bienvenidas. Cuando alguien llega, lo recibimos personalmente. Y cuando entra en su nuevo espacio de alojamiento, se encuentra una habitación cuidadosamente preparada, que transmite calidez y dignidad. Este detalle puede parecer pequeño, pero es fundamental para crear una sensación de seguridad y pertenencia. También adaptamos los espacios a las necesidades de cada persona, para que se los puedan hacer suyos. Más allá de estos detalles materiales, el proceso incluye un trabajo relacional profundo: escuchar, acompañar y construir una relación de confianza que apoye a la persona en su camino hacia la autonomía.
¿Qué papel juega la ciudadanía en ese proceso?
La sociedad desempeña un papel clave en la acogida, y es importante que se cambie la mirada hacia los procesos migratorios. Con frecuencia, las personas que han migrado son estigmatizadas, cuando en realidad son un ejemplo de valentía y resiliencia. Además, aportan una gran riqueza cultural, lingüística y humana. Estas contribuciones deberían ser reconocidas como un valioso recurso para la sociedad. También es fundamental entender que la migración no es una anomalía, sino una constante en la historia humana. Por eso, es importante fomentar espacios de convivencia y colaboración, como escuelas y comunidades, donde todo el mundo pueda participar en pie de igualdad.
¿Qué más puede hacerse desde las instituciones?
Para que la acogida sea realmente efectiva, es imprescindible garantizar derechos básicos como el acceso al padrón municipal, la sanidad o la educación, independientemente de la situación administrativa. Sin estos derechos, las personas quedan atrapadas en una situación de vulnerabilidad que dificulta cualquier intento de integración. Entidades como Bayt al-Thaqafa trabajamos para presionar y denunciar situaciones injustas, pero necesitamos políticas públicas que apoyen este trabajo. La combinación de una acogida relacional, con apoyo y convivencia, y una ciudadanía plena, es lo que permite construir una sociedad inclusiva y digna para todos.