Cáritas es, ante todo, amar: caminar de la mano de las personas, mirarlas a los ojos y abrazarlas desde el corazón. Estas palabras, definidoras de la esencia de la entidad, adquieren significado a través del compromiso de los trabajadores y trabajadoras y del voluntariado que a diario acompañan a personas. Son còmplices de su fragilidad y tristeza, pero también de la esperanza y de las potencialidades que cada cual atesora a pesar de no ser consciente de ello.
“Acompañar es un arte: el equilibrio entre la proximidad y la distancia adecuada para no acabar arrastrado por las emociones que te despierta el otro”, explica Albert Frago, trabajador social de Cáritas Barcelona. En estos 7 años en Cáritas su aprendizaje ha sido que la alquimia se produce “cuando las personas se dan cuenta de que estamos allí, pase lo que pase”. Y añade: “Perciben la confianza, que no les juzgamos, que pueden contar con nosotros. Llegado a este punto puedes permitirte trabajar para que se produzca una transformación”. Recuerda especialmente la historia de una mujer africana que, con su hijo de un año y medio, vivía en la calle: “Primero entrava a Cáritas seria. Fui testigo de su transformación: ahora sabe relacionarse, sonríe y es amable”.
Eduard Sala, responsable de coordinar la acción social en Cáritas Barcelona, rubrica esta forma de concebir el acompañamiento: “Se hace desde la mirada de la fe y uno sabe cuándo es mirado así. Supone vaciarse de un mismo para poder escuchar al otro y que éste encuentre sus propias respuestas. Cuando el silencio se permite surge la palabra”.
Anna Basiana, que lleva unos 30 años en la institución, relata: “Cuando es necesario, lloro con ellos, siento el sufrimiento, y también celebro sus alegrías. Hay momentos que tienes que arriesgarte a tocar tu corazón”. A Basiana le gusta hablar del río de la vida como metáfora para explicar que éste tiene su curso y, a menudo, hay piedras que obstaculizan el camino: “Es como si los trabajadores sociales concienciáramos a las personas de que tienen estos obstáculos y les ayudamos a apartarlos para que puedan fluir”.
Así pues, acompañar es amar a la persona para que ésta llegue a ser luz. “Y lo hacemos trabajando desde las capacidades que todo el mundo tiene, en vez de centrarnos en sus limitaciones”, explica Maria Robert, (en Cáritas desde el 2009). Esta trabajadora social, tiene muy claro que “lo importante es hacer camino juntos; no darles recetas sino escucharlas con todos los sentidos y teniendo empatía”. Por otro lado, para Azucena Molinos, con una experiencia de 26 años en Cáritas, acompañar significa liberarse “de juicios y prejuicios y respetar el ritmo personal”. “Sólo así –dice-, poniendo el énfasis en sus potencialidades, cada cual puede sacar lo mejor de sí mismo puesto que detrás de la evidente debilidad causada por la precaria situación que viven, tienen capacidades personales que hay que potenciar y fortalecer. Haciéndolo ayudamos a elevar la autoestima”.
Hay centenares de gestos que hablan del acompañamiento en Cáritas: sentarse junto a alguien para escucharle, para acariciarle con palabras o con el cuerpo, prepararle un café, ofrecerle tiempo y presencia, dibujarle una sonrisa desplegando el sentido del humor, arroparlo para que se sienta libre para poder llorar si así lo desea, etc. Acompañar también tiene que ver con propiciar ambientes cálidos para que las personas puedan expresarse con naturalidad. En el Baobab (la foto central de este reportaje), un espacio de Cáritas para acoger a personas procedentes de otros países que, al no tener recursos han caído en la exclusión, cada día se suceden escenas como éstas. La foto de grupo, con todos y todas sentadas en la mesa comiendo (ellos mismos preparan los platos con la ayuda de un monitor), compartiendo risas y complicidades, ilustra la esencia del significado de acompañar a personas: amarlas incondicionalmente, haciéndolas sentir como tú, como yo, latiendo con su piel y su corazón.