¿Puede ser el diseño una herramienta de inclusión?
No sé si alguna vez os habéis hecho esta pregunta. Yo me la hice a partir de conocer un proyecto del que me he acabado enamorando y con el que estamos transitando, des del mes de marzo, entre Cáritas y los estudiantes de la asignatura de Diseño de Espacios de la Escuela de Diseño y Artes Plásticas de Catalunya-Deià, con la tutoría exquisita y comprometida de Amaya Martínez, doctora en arquitectura y docente.
Conocimos este proyecto, impulsado por el Museo del Diseño de Barcelona y la asociación Ojalá Projects, casi por casualidad. Y por este motivo, la pregunta era obligada.
Llevamos ya un tiempo de rodaje y los resultados empiezan a hacerse realidad. Cada vez está más clara la respuesta: Sí. Basar el proyecto en la cocreación es claramente garantía de inclusión.
Cada martes, los jóvenes estudiantes se encuentran en la casa de acogida para hombres en reinserción penitenciaria Pere Oliveras, que Cáritas tiene en el barrio de Sants de Barcelona, para consensuar el proyecto que habrá que desarrollar durante la segunda quincena del mes de mayo, antes de que se acabe el curso. Los alumnos trabajan también los jueves en el aula, con la tutora, a partir de lo decidido conjuntamente en la casa.
Se trata de poner metodología a un proceso pautado y calculado para que el resultado sea de consenso. Primero, decidir en qué espacios se intervendrá. A continuación, establecer los diferentes usos; luego, previamente a la fase de producción, definir y proveerse de los materiales adecuados (buscar proveedores, movilizar contactos para conseguir donaciones, afilar el ingenio para reciclar y recuperar antes que comprar…).
Es un proyecto redondo de sensibilización: los alumnos conocen de primera mano las necesidades, los deseos y limitaciones del proyecto, enfrentándose directamente a una realidad que, con toda probabilidad, les queda muy lejos en su día a día. Los residentes ven cómo en la cooperación hay una grieta para que sus deseos se hagan realidad. Alguien escucha su voz y además, ellos mismos contribuyen para que todo el proceso sea un éxito. Unos ponen conocimientos técnicos. Los otros, experiencia vital y habilidades. Es el ejemplo más claro del win-win.
De esta manera, unos y otros aprendemos que el diseño forma parte de la vida cotidiana de todos, que es útil para facilitarnos la vida y que, al mismo tiempo, puede convertir espacios funcionales en lugares bonitos y agradables para vivir.