En la “carrera” de la vida cada uno partimos de una posición diferente. Las características personales y familiares nos sitúan en un lugar más o menos adelantado de la línea de salida. Mientras que no hagamos nada para remediarlo, la desigualdad de origen seguirá marcando y condicionando nuestro desarrollo
Muchas personas inician su “carrera” bastantes metros por delante de las otras, pero en Cáritas nuestra misión es mirar y acompañar a aquellas que salen últimos. Es común que quienes parten más rezagados, son los que no han crecido en un hogar con los dos padres, cuyos padres no nacieron en nuestro país, o no tenían estudios más allá de la primaria; personas que no fueron motivadas para esforzarse en el colegio, o que sus padres no pudieron apoyarlos en los “deberes de clase”, ya fuera acompañando o pagando un refuerzo educativo.
Juntos para evitar la transmisión de la pobreza
Estas situaciones de desventaja, además de encontrase relacionadas con las características familiares y con el proceso educativo, tienen que ver mucho con la relación que los hogares de origen tenían con el trabajo y con la situación económica. En este sentido, la desventaja se centra especialmente en quienes vivieron graves dificultades económicas, con padres desempleados durante largos periodos o con ocupaciones menos cualificadas, y aquellos sin una red social de amigos o familiares con capacidad de ayudarles.
Las ventajas o desventajas que nos afectan poco tienen que ver con nuestras decisiones o nuestras acciones, sino que se configuran a través del contexto y las características de nuestra familia de origen. A estas dificultades a las que se enfrentan las personas que vivieron su infancia y adolescencia en un hogar en pobreza, para prosperar económica y socialmente, es a lo que llamamos “transmisión intergeneracional de la pobreza”.
Un ascensor que no para en las plantas más bajas
Nos enfrentamos, por tanto, a una dinámica de movilidad social imperfecta e injusta para los más desfavorecidos. Imaginemos esta movilidad social, como un “ascensor social”, que nos permite mejorar el nivel socioeconómico de nuestros padres. Este ascensor no funciona correctamente, ya que no tiene parada en las “plantas sociales más bajas” y, por ende, no da oportunidad de recoger y mover a aquellas personas que habitan en situaciones desfavorecidas.
En nuestra sociedad, las familias con hijos menores son el prototipo con mayores dificultades económicas y es donde más se vive la pobreza. Estos niños en etapa de crianza crecen desprotegidos y vulnerables. La pobreza se multiplica por dos en hogares con menores y casi por tres en familias numerosas.
Las familias aportan al bienestar de la sociedad por partida doble: apoyan el presente con su trabajo, y el futuro con su esfuerzo reproductivo, que realizan con poco apoyo del Estado de bienestar. Sin embargo, la inversión que el Estado español realiza en políticas públicas destinadas a la familia y la infancia es insuficiente. Y, lejos de reforzarse, se han debilitado en los últimos años.